El final del siglo XV fue de gran importancia para la consolidación del embrión de lo que será la actual España. Tras el Tratado de Alcáçova, se resuelve la sucesión castellana, la unión de los tronos de Castilla y Aragón y se gesta la enemistad con Francia que, además de competir con Aragón en Italia, apoyó al bando "portugués" en la guerra. Tras la invasión de Italia por las tropas de Carlos VIII, se estrecharon los lazos de amistad entre los Reyes Católicos y el Dux veneciano lo que obligó a los franceses a abandonar la Península Itálica, consolidando así el dominio español de buena parte de esas tierras.
En la primavera de 1496 la corte de los reyes se establece temporalmente en Almazán dónde el Señor de la ciudad había construido un palacio para hacer más cómoda las frecuentes estancias regias. En esta ocación, en la comitiva venían sus hijos Juan y Juana para preparar sus compromisos con sendos hijos del emperador Maximiliano I de Austria (Margarita y Felipe) para complementar su política de alianzas orientadas a aislar a Francia. De acuerdo con Rumeu de Armas, los reyes, no contentos con precipitar el doble enlace hispano-austríaco, trabajaban abiertamente en pro de la alianza con Inglaterra, concertando el matrimonio de su hija Catalina con el príncipe de Gales. Además, se temía una segunda invasión francesa en Italia, combinada con un ataque a la frontera de España. Por todo ello, en aquellas fechas embajadores, emisarios y agentes secretos pululaban por Almazán.
Uno de esos personajes que pululaban por la corte era Francesco Capelo, embajador del Dux de Venecia. Gracias a sus servicios, la unión de España y la República de Venecia llegó a buen término lo que permitió parar el avance francés. Por ello, el Dux lo recompensó con un mejor puesto. No obstante, hasta la llegada de su sustituto no marchó. Es por ello que, se paseaba por la Corte realizando sus últimas gestiones antes de partir a mejor destino.
Pues bien, con el futuro de las alianzas europeas gestándose en el gran salón del palacio de Almazán, en presencia de los Reyes Católicos y del príncipe don Juan, así como de los altos dignatarios de la corte y del séquito de uno y otros, embajadores, espías y demás personal comparecieron, una mañana primaveral del año 1496, el conquistador Alonso de Lugo, seguido de siete de los nueve menceyes (reyes) de Tenerife a los que había ganado la isla en la, entonces reciente, II Batalla de Acentejo. A modo de curiosidad, una idealización de este curioso encuentro se puede observar en los frescos que Carlos Acosta realizó en 1764 en las escaleras del Ayuntamiento de San Cristóbal de la Laguna.
Si la imagen resulta insólita, más aún lo es el hecho de que los reyes obsequiaran a la República de Venecia con uno de los menceyes traídos a la corte por Alonso Fernández de Lugo. Así, a día de hoy se desconoce cual de ellos fue regalado. Lo que si se sabe es que el mencey que, con Alonso, había partido del puerto de Santa Cruz hasta Sevilla y, desde ahí a través de Córdoba y la Mancha, había llegado a tierras sorianas, fue entregado personalmente por Fernando e Isabel a Francesco Capelo con quién partió camino de Barcelona. De ahí, y con objeto de encontrar un barco rápido hacia la república adriática, partieron a Valencia dónde el Mencey destronado coincidió con las partidas de esclavos que desde Tenerife se enviaban a los mercados peninsulares (Rumeu de Armas, 1975).
El viaje desde Valencia fue muy largo para la distancia que cubrió y se sabe que hizo escala en Túnez. Cinco meses después, llegaron a Venecia donde, no es difícil suponer la gran impresión que debió causar para el guanche ver la grandeza de una de las ciudades más importantes del mundo.
Plaza de San Marcos de Venecia
Tras la presentación de Capelo ante el Consejo de Sabios y el Dux, le hizo entrega de los regalos catellanos, entre los que estaba el "Rey de Tenerife" que, según el propio Capelo, era el mejor de todos ellos. Quizás por esa consideración, el día del Corpus Christi los ciudadanos venecianos contemplaron arrobados el extraño espectáculo de ver desfilar a aquel bárbaro en la solemne procesión delante del Dux Agostino Barbarigo.
Una vez pasada la novedad, los venecianos pensaron que era preciso habilitar un medio de vida para el mencey destronado, buscarle una residencia palaciega, poner a su servicio algunos criados etc. El primero en deliberar sobre ello fue el Colegio de Sabios, quienes no se mostraron de acuerdo con respecto al destino que debería reservarse al guanche ya que unos, en consideración a la amistad con España, estimaban que la República debería atender a su manutención mientras que otros se inclinaron por que le fuese regalado un marqués de Mantua.
Finalmente se optó por la primera recomendación. De esta manera, se envió a Padua. Se fijó su alojamiento en el palacio del capitán gobernador, se le concedió una pensión vitalicia para su subsistencia y se le adjudicó como servicio fijo dos criados. Así, de esta cómoda y anodina forma, terminó el resto de sus días un guanche que un buen día fue capturado en Tenerife y, tras pasar por Almazán, acabó con sus huesos en la bella ciudad de Padua.
Bibliografía:
Antonio Rumeu de Armas. La Conquista de Tenerife: 1494 - 1496
Antonio Rumeu de Armas. Alonso de Lugo en la Corte de los Reyes Católicos 1494 - 1497
Vicente Ángel Álvarez Palenzuela. La guerra civil castellana y el enfrentamiento con Portugal (1475-1479). Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
4 comentarios:
Quien lo vería diciendo al llegar a Venecia: Ñoooos Pibe esto está todo enchumbado
Vaya, pues me acabo de enterar, a propósito de esta entrada, que a la República de Venecia se la folló Napoleón.
Me uno al comentario de Vespinoza, tuvo que ser una impresión de las que duran.
La pena es que no supiera escribir. Unas memorias de este hombre no tendrían precio.
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