Era una fría noche de abril cuando Thomas Troubridge desembarcó de la Culloden para ir a cenar en el navío Captain con el contralmirante. Su objetivo era ponerlo al corriente de las noticias que circulaban por la armada inglesa que bloqueaba la bahía de Cádiz tras el triunfo en la Batalla del Cabo de San Vicente. A tenor de dichas informaciones, el navío español Virrey de México había intentado esquivar el bloqueo de las costas andaluzas desviándose a Tenerife a donde, por consiguiente, había llevado su fabulosa carga de oro y riquezas procedentes de América.

Poco después, los agentes de Jervis establecidos en Lisboa le advirtieron de la presencia de dos galeones en el Puerto de Santa Cruz de Tenerife a donde habían llegado procedentes de Filipinas con un importante cargamento de vuelta a España. Por tanto, una vez que se daban todas las condiciones previstas, Jervis concedió a Nelson el permiso para que se dispusiera lo necesario para el asalto a Tenerife.
Así, el contralmirante dispuso de cuatro navíos de alto bordo y cinco fragatas con una fuerza artillera de casi cuatrocientos cañones y más de mil soldados de tropa de desembarco. Con dicho dispositivo parecía que la suerte para la isla estaba echada.
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